Disponibilidad de recursos, pero falta de confianza: el desafío del empleo en Argentina.
En un reciente informe de ManpowerGroup, se advierte que hace más de un año Argentina tiene las peores expectativas de generación de empleo del mundo. Mientras tanto, en países vecinos de América Latina, las expectativas se mantienen en niveles altos sostenidos que incluso superan la media global.
El dato es particularmente alarmante si tenemos en cuenta que los problemas coyunturales de nuestra economía parecen haber desviado la atención de un tema medular que hace a la competitividad de nuestro país: la capacidad de atraer inversiones y generar empleo.
Ya hace varios años, el escenario económico se vio sacudido no solo por la Pandemia, sino por continuos hechos que mostraron la fragilidad de un sistema que requería ser revisado: la crisis de logística, movimientos políticos extremos, más de 100 conflictos armados activos en todo el mundo, y muchos otros. Así, se desencadenó un proceso de reconfiguración productiva conocido como nearshoring, que implica la relocalización de procesos productivos de Asia a destinos más cercanos, buscando mayor seguridad en las cadenas de suministro. Seis de cada diez empresas americanas consideran esto como parte esencial de su estrategia. Sectores como la energía, el automotriz y la tecnología están liderando esta transformación, especialmente en países como México y Brasil, pero también en otros como Colombia, Perú y la región de Centroamérica.
Se espera que el nearshoring añada cerca de 78.000 millones de dólares en exportaciones anuales a América Latina, aunque casi nada de esto está llegando a Argentina. Para ponerlo en perspectiva, el campo exporta alrededor de 30.000 millones al año y, si se hicieran todas las inversiones necesarias anunciadas en minería y Oil&Gas, Vaca Muerta alcanzaría cifras comparables recién para el 2030.
La decisión de invertir ya no depende únicamente de factores como el costo laboral. En un mundo donde el 76% de las empresas enfrentan dificultades para encontrar personal[1], hay otros elementos en juego como la disponibilidad de capital humano, estabilidad macroeconómica, infraestructura y riesgos operativos.
En este sentido, Argentina destaca por su talento. Somos el país con el mejor nivel de inglés en América Latina, contamos con uno de los índices más altos de graduados universitarios y científicos por habitante, y hemos desarrollado polos tecnológicos clave que nos permiten competir a nivel regional. Sin embargo, seguimos atrapados en un ciclo de inestabilidad que nos coloca en desventaja frente a nuestros competidores.
Si bien el país ha comenzado un proceso de corrección de variables macroeconómicas, como la reducción del déficit fiscal o la inflación, aún no ha logrado traducir estos avances en un crecimiento sostenido impulsado por inversiones privadas. La recientemente sancionada Ley Bases, que introduce el Régimen de Incentivo a la Generación de Inversiones (RIGI), podría ser un paso en la dirección correcta para atraer capital extranjero.
No obstante, como todo inversor sabe, ninguna norma puede sustituir la confianza. Esta no es un concepto abstracto; se construye con transparencia, estabilidad y por qué no, sinceridad. En última instancia, el camino hacia la recuperación económica no se trata solo de ajustar políticas monetarias o aprovechar nuestras riquezas naturales. Tampoco es un problema de disponibilidad de talento. Se trata de volver a la senda de la confianza, esa que Argentina ha desdeñado sistemáticamente, pero que es indispensable para garantizar un futuro próspero.