Alejo

Alejo era un niño, por demás curioso y buscaba a sus seis años de edad experimentar. Empezó con las flores de su jardín de infantes. Quería cambiarlas de color, las pintaba con los confites de colores y las dejaba dulces y de colores. -Alejo… -Grító su maestra… iA dirección! Otro día, intentó detener el otoño, pintó las hojas verdes y pegó con plasticola las hojas a las ramas del árbol del patio del jardín "mi patito" y Alejo… iA la dirección! Otro día, quería atrapar el sol con un lazo, con los cordones de las zapatillas de los chicos del jardín. Ató los cordones e hizo un lazo largo y cual vaquero, lanzó hacia arriba, apuntando al sol, y lo único que atrapó fue a la directora: -Alejo… -Si, ya sé… iA la dirección!

Pasaron los años, Alejo ya iba a la primaria. Un día, al llegar a su casa, su madre estaba triste, al día siguiente igual y al día siguiente… ¡Y veía que su madre no sonreía! Un día llegó del cole, fue a su habitación y pensó: iVoy a inventar la poción de la felicidad! Agarró el tubo de ensayo, un anotador y salió a juntar lágrimas de carcajadas, esas lágrimas que al reír tanto, tanto, te hacen dolor la panza.

Andaba por todos lados, juntando esas lágrimas y las guardaba en su frasco. Un día, su madre, sentada al lado de la ventana, viendo como el sol se escondía, las hojas caían, y las flores se empañaban con el rocío le dijo: -Alejo ¿Qué haces, hijo mío? Alejo dijo: -Madre, busco la pócima que te de felicidad y ella contestó: -Lo que me da felicidad es verte sonreír, hijo mío. Diciendo esto, su madre cerró los ojos y nunca más los volvió a abrir. Alejo nunca más volvió a sonreír y dejó sus experimentos con sus notas y tubos en un baúl.

Pasaron los años y Alejo ya era todo un hombre, se casó con Diana y tuvieron una hija llamada Tamar. Tamar, un día, jugando en el galpón, encontró el baúl de su padre, abrió el cofre y vio todo lo que había hecho su padre para que su abuela sea feliz, las notas y los tubos. Ahí, entendió porque su padre era tosco y serio. Para el día del padre, Tamar, reunió a su familia en la sala, mostró un video e hizo un colage, desde que nació Alejo: Las vacaciones, cumpleaños, eventos, todo junto. Su madre lo miraba y sonreía en los videos y a Alejo se le llenaron los ojos de lágrimas, porque vio el amor y la felicidad que su madre tenía al verlo, sonrió y lloró por ver a su madre feliz. Tamar, agarró el tubo, puso una lágrima de su padre, lo cerró y dijo: -Las lágrimas no son solo de tristeza y las risas no son hechos de felicidad, si no, momentos divertidos. Tu madre, realmente era feliz cuando te veía bien a vos. Solo que su enfermedad era terminal. Alejo abrazó fuerte a Tamar, le dio un beso y le dijo: -Gracias hija, es el mejor regalo que me pudiste hacer.

Autora: Ruth Sánchez

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