EL POETA, DRAMATURGO Y CRÍTICO LITERARIO THOMAS STEARNS ELIOT, MÁS CONOCIDO COMO T. S. ELIOT, PREMIO NOBEL DE LITERATURA «POR SU CONTRIBUCIÓN SOBRESALIENTE Y PIONERA A LA POESÍA MODERNA», UNA DE LAS FIGURAS CUMBRES CENTRALES DE LA POESÍA INGLESA DEL SIGLO XX, ESPECIALMENTE POR SU OBRA “LA TIERRA BALDÍA” (1922), A PESAR QUE LA CRÍTICA LO ESTIGMATIZÓ “COMO REPRESENTANTE DE UNA ÉPOCA DE DESINTEGRACIÓN, QUE TRATABA DESESPERADAMENTE DE PONER ALGÚN ORDEN EN EL CRECIENTE CAOS APLICANDO MITOLOGÍAS Y FORMAS HEREDADAS DEL PASADO”, DIJO, DESDE EL TREMENDISMO DE SUS CONJETURAS, QUE LA POESÍA ERA PARA ÉL UN REGRESAR AL BUEN CANTAR Y LA TERNURA.
Creo, sin embargo, que a pesar de cualquier equivalencia forzada por las circunstancias, la que en verdad ha logrado ese objetivo crucial en el siglo XXI del que hablaba T.S. Eliot el siglo antepasado, por sus maneras diferentes y acaso sutiles de decir las cosas, es la poeta, periodista y comunicadora social cubana Yanelki Rodríguez Gómez, que en su poemario “Isla”.
En un tiempo como éste, que la poesía es agredida por avatares de incredulidad y mezquindad y posiblemente de un egoísmo feroz, que se tutea desdeñoso con la envidia provocada por la mediocridad más decadente, la poeta y comunicadora social cubana Rodríguez Gómez, viene a nosotros para traernos, a través de “Isla”, esa poesía tan suya, que como un canto nuevo transita en la dimensión de su propia dignidad, que termina siendo ella misma y sus proclamas, pero sobre todo esa ternura que no se pleitea con el corazón para inventar paradigmas de feria, sino con el alma de los pueblos que en su enjambre de abejas, descubre secretos que era necesario descubrir.
Soy poesía
Soy poesía
al despertar,
cuando agradezco a Dios
cada sorbo que respiro.
Soy poesía
mientras lloro, sufro.
En los días grises, la poesía me salva,
me trae de vuelta a la vida y hace que todo adquiera valor.
Soy una bocanada de aire,
y me vuelvo mariposa, rocío.
Comienzo a habitar en lo simple, que es lo más maravilloso.
Entonces, todo cobra sentido.
Gracias, poesía,
ambas habitamos el mismo cuerpo.
E
n “Isla”, la poeta Yanelki Rodríguez Gómez, se sube a la palabra, para volar desde sus diámetros de paloma y rendirse a la plenitud de sus cielos presurosos, desde donde se convierte en eterna letanía para entenderse sin prisa con las razones de su incorporable ternura.
Soy la paloma blanca que sostuviste entre tus manos.
Puedo atravesar los rayos del sol.
Traigo paz y la reparto cada vez que muevo mis alas.
Llego a la sonrisa del niño,
a la madre que busca el pan de cada día,
a la abuela con brazos abiertos dando cariño,
a las familias todas.
En mi vuelo reparto:
amor,
armonía,
salud,
fuerza,
perseverancia.
Soy paloma.
A mi paso dejo el mensaje que tu vida necesita para encontrar la felicidad.
Te muestro que la semilla germina también en tu corazón,
que la planta que nace trae una enseñanza.
Te hablo de abono, de recomenzar, de ser fuerte.
Déjame entrar y quedarme,
para llevar la luz del mañana a tu vida,
para dejar atrás el peso de los pecados
y ser libres.
Fue a mí a quien viste cuando cerraste los ojos y sentiste serenidad,
quien te abraza y ayuda a seguir adelante.
Déjame llegar, porque traigo un propósito.
Vienen conmigo el sonido del río, la cascada y las olas del mar,
el canto de las aves,
el abrazo cálido del amor,
la amistad.
Soy paloma.
Quiero quedarme contigo.
Mi vuelo no ha sido fácil:
he sentido la fuerza del viento,
la lluvia,
las piedras lanzadas con ira,
la trampa queriendo cazarme.
He visto la jaula,
pero soy el perdón.
Continúo mi viaje,
y a pesar de los avatares,
sigo volando.
No olvides nunca que soy paloma;
mi aletear
puede salvarte. (Paloma)
La poeta cubana se resiste a los vericuetos de esa poesía amorfa que no va sino viene de la depredación de los verbos, para buscar lo ritual y sentarse, como en su poema “taza con café” , se dirige “A todos los que han sido pretexto para compartir un café”, para decir: “ Cuando tomas una taza con café,/ suceden muchas cosas,/ usted asume una pose,/ sostiene el platillo, la taza, mira dentro/ y ahí se origina un vínculo amoroso para toda la vida.”, para anotar: “Quizás sea él quien te bebe. ¿Cómo saberlo?/ Después del primer sorbo comienza el control del tiempo,/ De la mirada, del pensamiento./ Inicia un viaje con retorno a la taza ya vacía./ Un momento único, que hace especial el ahora, / ahí disfrutas lo que esa acción ofrece, el calor que desprende,/ aroma, sabor, recuerdos, reflexiones./ Cada vez que corres a su encuentro,/ ese instante te salva, aconseja, despierta y da fuerzas/ para que regreses transformado a la nueva batalla./ Mientras, anhelas volver a ese infinito/ que eres a través de una taza con café.”. Es con ese estupor que hace crecer la yerba, que en su poema “Resiliencia”, se avoca a replicar:
Te he pedido mil veces que seas resiliente.
Suena sencillo.
Ese estoicismo que tanto exijo en ti,
debe verse diferente desde tú perspectiva, cuando te cubre la adversidad,
Es fácil decirlo desde aquí,
donde hay un sol radiante.
La circunstancia hace la diferencia.
Lo que quiero que entiendas es que es inmenso el potencial humano que hay en cada una de nuestras células.
Ese es el arma más poderosa para superar los desafíos.
El existencialismo llega a ambas,
Tú con tus nubes, yo con mi sol.
Escudriñamos hasta llegar a la capacidad de encontrar significado y propósito.
Hacemos como el ave que cada vez que levanta su cabeza desde el corazón al cielo, saca pecho y abre sus alas,
renace,
Una y otra vez.
Siempre que sea necesario.
Si vuelves a escuchar que te pido resiliencia,
respira profundo,
créeme,
Es la salida. (Resiliencia)
Es con esa brevedad, donde también acantona, para filosofar y contarnos que “Cuando visito ciudades, me gusta observar las puertas./ Las que abren, / las que cierran./ Encuentro algunas enormes, infinitas, que protegen;/ otras que me hacen desear saber qué esconden./ Cruzar una puerta/ puede significar muchas cosas./ Entre ellas están aquellas que nunca se abrieron/ y las que se cerraron para siempre./ Entonces te preguntas:/ ¿Quiénes tienen la llave?/ ¿A quiénes se les encargó velarlas?/ Porque, entre tantas puertas,/ unas no se tocan,/ otras se abren solas,/ todas son más que simples puertas.(Puertas)
Nadie quiere visitar ciertos lugares,
los más comunes: donde todos llegamos en algún momento.
Es claro que no desean tomar ese cerrojo entre sus manos y girarlo.
Y sin embargo, terminan haciéndolo.
Al cruzar, una oscuridad fría y triste se instala,
acompañada por un dolor profundo.
Esos son los espacios comunes,
a los que nadie quiere llegar,
aunque se regrese a ellos más de una vez.
Allí se llora,
en silencio o a gritos,
escondida o frente a todos.
Está el miedo,
la tristeza,
incluso la muerte:
unas veces de frente,
otras rozándote apenas.
Habrá un día —uno solo—
en que te tomará por completo en sus brazos.
Lo que quizás ignoras
es que esos sitios son necesarios,
diría incluso imprescindibles.
Porque en esta vida tan paradójica,
es una fortuna que estén ahí.
Son ellos los que te enseñan a encender una antorcha,
y a sobrevivir al disparo en el pecho.
Aprendes a cruzarlos,
y al marcharte,
dejas tras de ti
la firmeza de un portazo.( Espacios comunes)
En la multiplicidad de su enjambre, que por supuesto celebro porque conozco su visionamiento de las cosas y su prospectiva, Yanelki Rodríguez Gómez, acostumbrada como poeta, a ir por caminos que solo ella suele transitar, es apodíctica pero también secular y hasta rumorosa, cuando dice: “No subestimes el adiós./ A veces,/ es una jeringa que contiene la cura./ El revoloteo de manos/ te limpia y bendice al mismo tiempo./ Cuando eso sucede,/ no es el fin:/ es el reinicio del camino. (Adios)
Observo tus manos,
ese lenguaje que dice mil palabras en un segundo.
Tu postura.
Persigo la mirada,
pero le cuesta encontrarse con la mía.
Leo el ritmo de tus párpados,
tu respiración.
Mi vista recorre con cuidado cada uno de tus gestos,
tus silencios,
tus expresiones faciales.
Escudriño.
Capturo los movimientos que intentas esconder.
Los descubro al instante.
Sigo, en silencio,
la señal que me dice que falseas la verdad.
Una y otra vez me repito lo mismo.
También me engaño,
cuando finjo no saberlo.
Pero tu cuerpo habla más que tu voz.
Esa vibración lingüística lo revela todo:
narra, muestra, desnuda la historia
con la misma rapidez con que la inventas.
No escondas el rostro.
Ya me lo ha dicho todo.
Tu lenguaje corporal no puede dominarme.
Mientras descubro tu mentira,
se derrumba
la estructura que intentaste construir con tanto cuidado.
La proxemia aumenta.
Me siento sola en esta habitación.
Engañas y huyes al mismo tiempo.
Sufro a gritos
el contexto. (Análisis del discurso)
Pero ella, sensible a los avatares de este mundo eclosionado por la desgracia, no se resiste a que en medio de su corazón le duela esa vorágine, cuando expresa: “Con los pies descalzos,/ en contacto con el suelo,/ sientes las penas que guarda./ Puedes pensar en África,/ pero no hablo de un solo continente,/ sino del mundo entero,/ de un planeta que suelta alaridos a cada instante./ Veo niños muriendo,/ mujeres asesinadas,/ personas desplazadas,/ enfermedad, secuestro, miseria./ ¿Qué hicieron para merecer esto?/ ¿A quién le duele, en verdad?/ ¿Por qué se les ha rasgado la existencia?/
Esa tarde llegué a mi casa y no tenía con qué cocinar,
fui y cogí una silla del comedor y
dije: lo que no puede pasar aquí es que mis hijos se queden sin comer.
Convertí en leña todas mis sillas, pero mis hijos no pasaron hambre.
(Juanita)
Tu paso duele y mata.
No deberías existir.
Me he ido a la cama pensando
lo despiadado que es dormir
sin un solo bocado de pan.
Sin nada.
Con el estómago,
enviando señales desde sus entrañas.
¿Por qué permites esto?
El terror se apiada de mí.
Siento vacías mis manos.
No logran dar los frutos necesarios
para saciar el hambre que me rodea.
Sufro.
Oh, Señor,
multiplica los panes y los peces.
Hambre, te temo.
Oro para que no existas,
en nombre de Dios.
Por eso y por todo lo que contiene, que en su Poemario “Isla”, Yanelki se apertrecha para convocar en un nuevo canto a la ternura y celebrar a la Colombia que la ha acogido, para consignar que mira sus ojos y que infiere que“hay en ellos el mapa ensangrentado de un país. /“Condenados” no es una palabra simple./ Sangra./ Llora./Grita impotencia detrás de rejas invisibles./ Hay quienes nacen marcados:/ a la injusticia,/ la tortura,/ el secuestro,/ el reclutamiento forzado,/ el desplazamiento,/ la pena,/ la zozobra./ Condenados por una sociedad/ que no construyeron,/ que no merecen./ Nadie les preguntó si preferían otra opción,/si tenían un sueño./ Fue más fácil robarles la vida./ Tan condenado es quien va a prisión/ como quien muere injustamente;/ quien pierde la libertad/ como quien espera el reencuentro que no llega./ No se trata solo del acto de ser sentenciado,/ sino de vivir bajo condiciones/ que perpetúan el ciclo de exclusión y marginación./ Detrás de esa palabra hay una lista infinita de nombres:/ amigos, familias,/ segundos contados de dolor,/ interrogantes sin respuesta/ que algunos resumen —quizás—/ como un golpe de mala suerte./ Es sinónimo de un pacto con máscara./ Otro Leviatán paralelo,/ al parecer,/ inmune al veneno que intenta aniquilarlo,/ pero no lo logra./ Ojalá nunca te hayas sentido condenado.
¿Quiénes somos para juzgar?
Esa altivez con la que miras sobre el hombro, ¿de dónde viene?
¿Eres mejor que el otro?
Es fácil emitir un juicio
cuando se carece de empatía.
Tal vez quien condena
necesita más ayuda que el señalado.
Mejor:
siente el dolor,
llénate de humanidad.
Busca la historia que ignoras.
Eso que llamas adicción
es un intento de escape,
una búsqueda de sentido.
Es vacío.
Es infancia.
Es soledad.
Abraza,
en vez de señalar.
Su alma tiene sed.
Quizás nunca
le ofrecieron agua.(Adicto)
En “Extraños”, se pregunta: “¿Adónde van todos cuando el amor se enfría?/ Cuando el yo es más importante que el nosotros,/ cuando necesitas su compañía…/ pero no está./ Llegan —y se juntan—/ el insomnio,/ la ansiedad,/ el miedo/ y la depresión./ Sientes que estás rota,/ a tu alrededor te envuelve una tormenta./ ¿Adónde han ido los que hacían compañía?/ Los de la risa,/ el abrazo/ y el para siempre./ El cuerpo se vuelve un mapa de emociones,/ entre las que romper silencios puede salvarte./ Pero ellos no te escuchan./ No están./ Se han ido./ Se han vuelto desconocidos./ ¿Adónde van todos cuando el amor se enfría?”, para terminar diciendo en Isla, el poema que le da nombre a su poemario:
Soy una isla.
Hay en mí infinitas ausencias,
en las que no tenerte
es la peor de las torturas.
El más cruel de los infiernos.
Soy esa isla
que ama
y muere
intensamente.
Por eso podemos terminar diciendo que la voz poética de Yanelki Rodríguez Gómez, es ahora y para siempre, un puente entre la sensibilidad humana y los gritos del mundo, una isla que abraza el alma de quienes la leen y en ese aprendizaje, la solemos amar.
POR: CARLOS H. GARRIDO CHALÉN
Académico de la Real Academia de Córdova, España