En el mundo laboral actual, donde la Inteligencia Artificial (IA) y la automatización están transformando la forma de trabajar, la queja se ha convertido en un refugio habitual para muchos. No solo afecta el bienestar emocional y la productividad, sino que también pone en riesgo nuestra capacidad para adaptarnos a los cambios que trae esta nueva era.
Hay personas que sí se quejan todo el tiempo y no hacen nada, adoptando una posición de víctima, pasiva ante la vida, lo que los lleva a un bucle de pesimismo y negatividad que podría, dependiendo de cada tendencia psíquica, llevarlos a zonas muy oscuras y, a veces, hasta enfermar ya que tienden a quedarse en zonas de supuesto confort que, aunque gratificantes a corto plazo, resultan destructivas a largo plazo.
A veces, la queja es mensajera de algo más profundo que no podemos resolver.
Es común que se valide en entornos familiares donde todos se quejan, lo que nos mantiene en esa zona de confort negativa. Pero cuando te empezás a sentir incómodo, cuando ya no te aguantas ni a vos mismo, ese es el momento clave para buscar un cambio, recuperar las emociones que te solían hacer feliz, quitar esas caras rígidas y dejar de estar mal todo el tiempo.
Un ciclo adictivo
Pero ¿Por qué nos quejamos? ¿Qué efectos tiene este comportamiento en nuestro cerebro, y qué podemos hacer para romper con él?
La queja laboral es una respuesta emocional frente a situaciones percibidas como por ejemplo injustas o frustrantes. Desde un líder tóxico hasta la falta de oportunidades de crecimiento, nos quejamos para liberar tensión. Esta postura, además, genera malestar en nuestro entorno y nuestras relaciones, creando un ambiente lleno de energías negativas: impotencia, injusticia, enojos, miedos, ira, frustración, entre otras emociones. También promueve la comparación, los celos, la envidia, todo lo negativo. El problema es cuando la queja se convierte en un modo defensivo, lleno de emociones sulfurantes que, si no se tratan a tiempo, pueden convertirse en un resentimiento crónico o inconformismo ante la vida.
Cuando nos quejamos y no encontramos una vía correcta de escape a través del diálogo, la queja queda atascada en nuestras emociones y se suma a otras, como el enojo por ejemplo. Así, por una pequeña queja, podemos terminar peleándonos, gritando, generando conflictos.
Lo que muchos no saben es que, al quejarnos, nuestro cerebro libera dopamina, el neurotransmisor del placer y la recompensa. Esta pequeña descarga nos hace sentir bien en el momento, pero el alivio es solo temporal, creando la ilusión de que estamos resolviendo problemas cuando, en realidad, perpetuamos la sensación de impotencia. El problema surge cuando la liberación de dopamina refuerza un ciclo adictivo: cuanto más nos quejamos, más
Placentero resulta y más tendemos a repetir el comportamiento.
A nivel neurológico, esto puede llevarnos a buscar motivos para quejarnos constantemente, convirtiendo el desahogo pasajero en un hábito que perpetúa la insatisfacción. Un estudio de la Universidad de Stanford demostró que quejarse durante solo 30 minutos al día puede dañar físicamente el cerebro. La exposición prolongada a la negatividad reduce las neuronas en el hipocampo, la región responsable de resolver problemas y de las funciones cognitivas. Esto afecta nuestra capacidad para tomar decisiones efectivas y puede volvernos adictos a quejarnos.
Estar rodeado de personas que se quejan también aumenta la probabilidad de adoptar este comportamiento.
El pesimismo, un mal compañero
El hábito de quejarnos está estrechamente ligado a una visión pesimista del entorno laboral. El pesimismo se instala cuando creemos que nada mejorará, y este sentimiento se amplifica con las quejas constantes. En este contexto, la queja deja de ser una reacción puntual y se convierte en un reflejo de una actitud generalizada de negatividad. Sería como la queja por la queja misma, que solo muestra una proyección de un dolor o un miedo, de algo que no estamos pudiendo controlar.
Quejarse constantemente, sin hacer nada para cambiar las cosas, muestra una actitud como si una parte nuestra no hubiera crecido. Este ciclo de pesimismo afecta la capacidad para ver soluciones, lo que aumenta la frustración y el estancamiento. Las personas atrapadas en este ciclo no solo se sienten menos motivadas, sino que son menos propensas a innovar, adaptarse a nuevas tecnologías y asumir desafíos que los saquen de su zona de confort.
La nueva Era Laboral: Adaptarse o estancarse
El mercado laboral actual requiere adaptabilidad, innovación y creatividad. La mirada pesimista genera resistencia al cambio, lo cual es peligroso en esta nueva era. La clave está en buscar soluciones innovadoras y rearmar el perfil laboral para no caer en la obsolescencia y sentir que finalmente la profecía del miedo se cumple, pero principalmente por inacción.
Como psicóloga del trabajo experta en transformación, utilizo el Método Tarasiewicz para ayudar a las personas a identificar estos patrones adictivos y reemplazarlos por una mentalidad de crecimiento y resiliencia. Romper estos ciclos permite a los profesionales evolucionar junto con las tecnologías emergentes.
Muchas veces quejarnos nos hace sentir que estamos “haciendo algo” cuando en realidad estamos postergando el verdadero cambio. La fluidez, implica moverse con el cambio, adaptarse y aprender nuevas habilidades. La innovación y la creatividad son claves en esta nueva era, pero requieren una mentalidad abierta y proactiva.
El primer paso para romper este ciclo es desarrollar autoconsciencia y reconocer cuándo nos quejamos por hábito, en lugar de por una necesidad genuina. En lugar de limitarnos a expresar frustraciones, debemos adoptar una mentalidad orientada a la resolución de problemas.
La queja dopamínica y el pesimismo son trampas que pueden frenar el crecimiento profesional. En lugar de centrarnos en lo que no funciona, debemos entrenarnos para identificar oportunidades en los desafíos. Cambiar este modelo nos brindará una mayor productividad y satisfacción laboral.