Hoy te despido, Sixto

CON EL CORAZÓN HECHO PEDAZOS, PERO TAMBIÉN CON UN AMOR SINCERO Y UN RESPETO QUE HOY PESA MÁS QUE NUNCA.

Hoy me duele el alma, pero hay algo que me consuela: tu partida fue sorpresiva, sí, pero serena. Te fuiste sin sufrimiento, acompañado por alguien que te quería, y eso para mí es un alivio enorme. Quizás, sin saberlo, Dios te tenía guardado ese final en paz como una forma de recompensa, como un gesto de amor.

Me queda la tristeza de pensar que con más tiempo y otra madurez, quizás habríamos aprendido a encontrarnos desde otro lugar. Pero bueno… ya no hay tiempo para eso, y sí mucho para honrarte.

Hoy siento que mi misión es cuidar tu memoria, transformar este dolor en algo que valga la pena, en algo bueno. Porque también somos nuestra historia, y ojalá pueda dejar una huella que hable de aprendizaje, de perdón y de amor para los que vienen después.

Te quiero para siempre. Y desde lo más profundo de mi corazón, deseo que mamá te reciba allá arriba. Que puedan encontrarse, abrazarse, perdonarse y sanar. Y que desde ese otro lugar, puedan vernos a nosotros, sus hijos, sus nietos, y sentirse orgullosos de las personas en las que nos hemos convertido. Acompañarnos, como lo hace el amor que no muere nunca.

Hasta siempre, papá.

Karina Amaya


LEER  Libérate del síndrome PHD: Podría, Hubiera, Debería.