Negra noche

Extendía un pie entre las crujiente hojas y se daba vuelta, como si lo persiguiera su propia sombra.

Se refugio en un árbol abrazándolo como si fuera su salvación, su escapatoria.

Oscuridad cerrada, vista ciega, sólo había un pensamiento que hacía que resistiera.

Se quebraba los pequeños troncos, de futuros árboles cuando pasaba arrastrando sus pies.

Cada tanto su saliva caía a la tierra seca.

Una casa se levantaba exultante, lejos.

Se veía a simple vista que el pasado había brillado como un diamante en el dedo de alguna señora adinerada. Opulencia, resplandor.

Nada quedaba de todo eso dentro de la casa, sólo rastros de lo que fue.

A pocos metros el hombre, tratando de alcanzar lo que ya era pasado.

Cierto es, que pasado y presente, se confunden en una mente alterada.

Un pie por delante del otro, una caída, una más entre tantas.

Llegar era la meta. Llegar como hace años, con una sonrisa puesta, un postre entre sus manos, y el abrazo de los suyos.

Miró la puerta vidriada y se vio del otro lado, perdido dentro de aquél hombre que era él mismo.

No entendió, llevó sus manos a la cabeza. Su otro yo le pidió que se fuera. Él creyó enloquecer.

Se detuvo mirando a su otro yo detrás de la puerta.

Creyó por un momento estar soñando; solía suceder cuando bebía demás.

Pero no había bebido, solo quería entrar y descansar. Estaba agotado de tanto caminar.

Las hojas secas seguían crujientes, miró hacia atrás y vio como corría un hombre entre las ramas caídas

descartando un arma entre la vegetación descuidada del lugar.

Él miró otra vez hacia la puerta de vidrio, si otro yo le repetía que no podía entrar.

Dijo que no entendía. De pronto, volvieron los recuerdos: él estaba entrando a la casa hace unos años atrás, con postre en la mano para sus hijos, nada parecía distinto. El olor a limón rodeaba el jardín, se escuchaba desde afuera las risas de sus hijos, la voz suave de su mujer hablando con alguien pie teléfono, angustiada, enojada.

Un frío penetrante entró por su espalda, perforando hasta sus huesos, el umbral de la puerta se cubrió de rojo .
Entendió, su destino había terminado hace rato.


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