No quiero que, con el paso de los años, lo que queda de mí se convierta en un simple fantasma que aprisiona con delirio las páginas de mi memoria. Por eso, más que limpiar los libros que he atesorado, los repaso y los acaricio. Han estado allí, esperando que alguien muestre interés, deje de lado el celular y se hunda en las emociones de ese desconocido que ha dejado parte de sus sentimientos y su vida al escribirlo.
Tengo nostalgia y, a la vez, me felicito a mí misma. He andado mucho en este mundo, recorriendo diversos caminos y cargando nuevas experiencias. He sentido en el alma nuevas emociones, amores y olvidos. Todo se eleva, sube y baja, como aquel columpio que amé en mi niñez. Sin embargo, a veces reflexiono sobre las posibilidades de hoy, con tanta información y explosión de saberes que antes estaban ocultos o catalogados en enciclopedias y otros millones de libros, donde las telarañas gozan de sus nidos y se convierten en muertos que ocupan un espacio vivo. Reflexiono sobre cómo, si dominas la tecnología, puedes descubrir laberintos de saberes que invitan a soluciones precisas o inventadas, armadas como un rompecabezas de experiencias para los tantos problemas que aquejan a la humanidad. A veces quiero volar y tomarme un selfie con cada libro.
Anabelle Madden (Caracas, Venezuela)