“EL CUERPO GRITA LO QUE LA BOCA CALLA. Y EL CORAZÓN, CUANDO SE QUIEBRA, NO SANGRA… PERO DUELE MÁS QUE CUALQUIER HERIDA VISIBLE.” (KÜBLER-ROSS, 2006)
El dolor político no se mide en escalas clínicas, ni se calma con anestesia. Es la forma en que el sufrimiento físico y emocional se enreda con el abandono del Estado, la lentitud judicial, el machismo institucional, el adultocentrismo médico y la ceguera social hacia lo que no se ve. Es, en palabras de Butler (2006), la vulnerabilidad corporal que exige reconocimiento público, no como debilidad, sino como grito de dignidad.
Desde 1999 —cuando tenía apenas 20 años— vengo dando esta batalla. Como mujer joven, como paciente, como abogada, como madre. Mi dolor no comenzó en un quirófano: comenzó en el mismo momento en que el sistema empezó a fallar en acompañarme, en creerme, en reconocerme. Ese es el inicio del dolor político: cuando el cuerpo deja de ser sólo biología y se convierte en territorio de disputa por derechos.
Sufrí una fractura grave del platillo tibial izquierdo falso interno. Hoy, 26 cirugías después —sólo en este año ya pasé por cuatro— me preparo para otra más. Mi cuerpo es mi archivo. Lleva marcas, cicatrices, infecciones, prótesis, rehabilitaciones. Pero también lleva bronca, memoria, resistencia. Porque cada vez que el Estado retrasa una prótesis, que una obra social niega un tratamiento, que un juzgado demora un expediente, el dolor se hace político.
Y si bien el dolor físico es constante, el dolor emocional y social pesa más. La ciencia ha dado nombre a lo que muchos vivimos: el síndrome del corazón roto o takotsubo (Templin et al., 2015), donde el sufrimiento emocional deja consecuencias fisiológicas. Pero incluso así, sigue siendo invisibilizado. Tal como advierte Bunge (2008), “el dolor emocional no es menos real por ser invisible: es muchas veces más discapacitante que el físico, porque no encuentra alivio social ni médico adecuado”.
En la vida real, esto significa que muchas veces me he sentido obligada a justificar mi dolor, a probar mi cansancio, a mostrar con papeles lo que la mirada médica o legal no comprende. Eso también es violencia institucional.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD, 2006) nos recuerda que los Estados deben garantizar una vida digna, con accesibilidad, salud integral, reconocimiento del dolor y acompañamiento adecuado. No puede ser que todavía debamos judicializar lo obvio. Que debamos militar lo urgente. Que debamos rogar lo que ya está en la ley.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el caso Ximenes Lopes vs. Brasil (CIDH, 2006), estableció que el Estado tiene la obligación de proteger a las personas con discapacidad psicosocial frente al trato cruel y degradante. Esta doctrina puede y debe extenderse al sufrimiento crónico no reconocido, porque el dolor ignorado también es trato indigno.
Por eso insisto: el dolor es político. Porque el cuerpo no se duele en abstracto. Se duele en la sala de espera. En la lucha contra una negativa. En el desborde emocional cuando una audiencia no se concede. En la mirada condescendiente de un profesional. En el no poder dormir. En el criar hijos con dolor. En el cargar con la doble jornada de ser madre, profesional y mujer en un cuerpo que grita, y que tantas veces nadie escucha.
Resistir no es aguantar.
Resistir es transformar el dolor en palabra, en denuncia, en demanda, en ley.
Resistir es también no renunciar a la ternura, al afecto, al cuidado.
Es recordar que en esta piel duele, pero también se abraza, se lucha y se construye.
Como mujer, como madre, como persona con discapacidad y como abogada, mi cuerpo es testimonio y también bandera. Porque aunque no se vea, aunque no lo midan, aunque no lo comprendan, el dolor existe. Y exige justicia.
Referencias (APA 7):
Bunge, M. (2008). Filosofía para médicos. Gedisa.
Butler, J. (2006). Vida precaria: El poder del duelo y la violencia. Paidós.
CIDH. (2006). Ximenes Lopes vs. Brasil, Sentencia del 4 de julio de 2006.
Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. (2006). Naciones Unidas.
Kübler-Ross, E. (2006). Sobre el duelo y el dolor. Editorial Luciérnaga.
Templin, C., et al. (2015). Clinical features and outcomes of takotsubo (stress) cardiomyopathy. New England Journal of Medicine, 373(10), 929–938. https://doi.org/10.1056/NEJMoa1406761
Por la Dra. Marcela Augier
Abogada. Doctoranda en Discapacidad. Persona con Discapacidad Motriz. Mujer. Madre. Militante de derechos humanos.


