A muchos jóvenes he oído decir, que les gusta la soledad, que se irían muy lejos a vivir donde no haya gente, eso dicen. Pero… Lo observaba con sus movimientos lentos, adivinándolos dolorosos, yo no sentía su dolor, solo podía imaginarlo a juzgar por su actitud.
Algo me llevó a averiguar sobre esa persona, ¿cuál era la fuerza de voluntad que lo impulsaba a hacer el esfuerzo de dejar la comodidad del hogar para hacer el sacrificio de estar sentado más de una hora en la Iglesia?
Adivinaba a través de sus movimientos, la fatiga y molestia que le causaba en su espalda la silla de ruedas que lo contenía, no podía descifrar su edad.
Mi curiosidad me llevó a saber algunas cosas sobre él, vivía en una Residencia de Ancianos. Algunas personas de ese entorno tenían la tarea de llevarlo cuando él lo deseaba.
Llevaba un celular, y sólo por honrar su voluntad, me propuse llamarlo.
Unos días después lo hice. Le pregunté por alguna familia y me dijo que su hijo vivía en otro pueblo lejos de su lugar de residencia, que tenía hermanos, pero eran longevos como él y no podían visitarlo. Lo había atacado un ACV y “alguien” lo llevó a ese lugar, dejándolo al cuidado de quien quiera hacerse cargo.
Le pregunté que fuerza lo movía ir los domingos a la Iglesia, y me contestó, “la soledad”. Mientras hablábamos, el celular captaba un ensordecedor ruido de fondo, música muy fuerte, llantos, quejas, gritos de aquellos que debían atender a muchos enfermos y no eran oídos por sorderas del tiempo o provocadas por el enojo, la tristeza, la impotencia.
A él no parecía molestarlo, ya estaba acostumbrado, o había creado a su alrededor una burbuja de egoísmo que sólo le permitía escuchar y sentir lo suyo. No se trata de estar rodeado de personas, -continuó- sino de que me escuchen, de mantener una conversación sin celulares de por medio, sin música estridente, sin gritos. Voy a la Iglesia a escuchar el silencio, en ese silencio escucho una voz en mi interior que me permite soportar estas dolencias.
Me gustaría tener esa fe, -le dije- Él quedó en silencio por un momento, luego pidió disculpas y cortó.
Empecé a visitarlo, su voluntad me asombraba, cuando estaba frente a él, miraba a mi alrededor y veía esas personas casi recostadas sobre las mesas, sin verse, cada uno en su burbuja. Le pregunté si estaba bien atendido, y me contestó, que era un lugar donde las personas eran sensibles y atentas, que se alimentaba muy bien, estaba aseado tanto él como el lugar, y muy bien atendido. Pero que la falta de amor filial lo agobiaba, extrañaba la sensación de sentirse útil, o de que alguien le sacara una sonrisa, su único pensamiento se basaba en el dolor ya que no podía compartir sus recuerdos con personas que hayan estado con él en los momentos más importantes de su vida. La soledad, -repitió- es mi única compañera y mi peor enemiga.
Puse más atención a esas cosas y así me enteré de que una de mis vecinas mayores, estaba internada por una caída en observación, la fui a visitar y ese cuadro de soledad se repitió, cuando me contó que de día era pasable porque oía el ir y venir del mundo en movimiento, pero cuando las sombras de la noche caían, sus pensamientos la traicionaban y mucho lloraba la ausencia de sus hijos y otros familiares que veía en cumpleaños y festejos generales.
A veces vienen, -dijo- lo hacen de paso y hablan con sus celulares, me conformo con verles unos minutos la cara, ellos se aburren conmigo, me preguntan como estoy y se van. Entiendo que dentro de poco ya no oiré bien, ni veré nítido quizá ni pueda caminar, y lo acepto como parte del paquete de vivir mucho. Pero aún con todo eso, ¡Cuánto cambiaría mi vida, si tan solo uno de ellos mantuviera una conversación conmigo, sin esbozar un “ya no entiende nada” “está muy lenta”!
Siento que, de aquí, iré a un Hogar de Ancianos, me dirán que es para que me sienta acompañada, pero en realidad me robaran la libertad, sé que viviré en absoluta soledad, con mis recuerdos y personas extrañas, pero no puedo coartar la vida de aquellos que amo.
En ese instante pensé en los jóvenes, en lo temprano que desean llegar a ese día en que todos estaremos en compañía de la soledad.