Analogía del espíritu

Observo las huellas en un camino de otoño. Mis pasos adelantan ese futuro inmediato. La mente desconecta el parloteo de neuronas inquietas para sembrar el silencio, y así, el diálogo de los pájaros me invade con música de verdes, ocres y viento.

Sendero estrecho. ¿Pueden esos terrones de duras raíces fosilizadas, contarme su historia de tiempos esperanzados, savia bruta de sueños altivos? Tejen encajes retorcidos en un vano intento de no quedar al descubierto, pero aún así, la belleza de la vejez aparecida magnifica su luz. Quizás, sostener años de corteza, ramas y nidos, pesan en su soledad nutricia.

Acaricio su respires. Gravita la identificación de vida humana, mientras el terral inoportuno desestabiliza la armonía y un dandelión danza su inocente transparencia, indicando la cercanía del mar.

Mi mirada se cuelga de una rama. Resiste aferrada una hoja del tiempo dorado en cenizas de canas. Quedan todavía gotas de lluvia de la mañana. De pronto, caen como lágrimas pesadas, cargadas de nostalgia. ¿Dónde están los pequeños brazos alrededor de mi cuello en instantes inmensos? ¿Y sus risas pegadas a mi cara? Pichones de pájaros hambrientos.

Brotes, hijos, alas, vuelos cortos en la brisa. Pinceladas de barro y chocolate.

El árbol de la vida tiene energía propia y en su dinámica no tan perfecta continúa la búsqueda de nuevos troncos talllando así, cortezas y mi alma.

Luces y sombras. Sol proyectado hacia el ascenso. Vértice, ya con follaje y maderas antiguas, que indica su orientación hacia el mundo suprasensible, en su maestría del vacío enriquecido. Allí voy, en la búsqueda inconsolable de aquello que habita mi cuerpo…

Marisa Suero