“Estamos agradecidos por contar con estas iniciativas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que está poniendo mucho para la puesta en valor del barrio, como el Metrobús o la mejora de la seguridad”.
Diversos artistas que llevan décadas exponiendo sus creaciones en la Feria de Artes Plásticas Caminito también celebran el resultado de la intervención. Mabel Berzano es grabadora e integrante de la feria del museo al aire libre desde hace 25 años. Sobre el resultado de la obra, señala: “Pienso que esto de los colores estridentes debe tener que ver con el principio de la calle museo, porque los colores de los restantes de los barcos de La Boca tienen colores así, no me imagino colores pasteles. Está más vibrante y me gusta, lo veo identificatorio con el lugar”. María Elena Maseo, escultora, coincide: “Creemos que muestra más energía”.
Unos 30 artistas exponen en la Feria y cada uno cuenta con un espacio específico para exhibir sus obras. Los comercios lindantes a la calle museo también muestran su satisfacción por la renovación de Caminito. Alicia Benítez regenta un local de artículos regionales, donde trabaja desde mediados de los años 90. “Los colores pasteles no identificaban a Caminito, que siempre fue colorido, como los conventillos, y es lo que queremos que predomine. La gente viene por eso”, opina. El muro trasero de su negocio luce ahora un verde intenso, recortado por rojos y celestes y coronado por una de las grandes piezas de arte que se distribuyen a lo largo de la calle: una pintura cerámica de Ricardo Sánchez de la obra Regreso de la Pesca, de Quinquela Martín, que sirve de telón de fondo a los turistas a la hora de retratarse.
Los colores de Caminito
Cuando en los años 60 Caminito fue incorporado a la traza urbana de la ciudad, el lugar se convirtió en la insignia a partir de la cual Quinquela Martín redobló sus esfuerzos alrededor de la misión que se había autoimpuesto: multiplicar de todas las formas posibles la presencia del color en el espacio público, con el doble propósito de consolidar la identidad de su barrio y contribuir al bienestar de la comunidad mediante la favorable acción del color sobre el organismo y el ánimo de las personas. Así lo recalca el Museo dedicado al artista en el libro Caminito. Una sombra ya nunca serás.
La publicación recuerda que, comenzando por el entorno de la Vuelta de Rocha, todo se tiñó de “color Quinquela”. Sus vivas tonalidades cubrieron las grúas del puerto, remolcadores, los troncos de los árboles de la Plazoleta de los Suspiros… y, por supuesto, los muros de casi todas las edificaciones vecinas.
El artista llevó sus lineamientos artísticos al límite cuando pensó en la posibilidad de asfaltar con colores las calles boquenses. Esa convicción le permitió que su mirada tuviera fuerza de ley. En efecto, el concejal Armando Parodi presentó un proyecto de ordenanza, sancionada por unanimidad el 10 de septiembre de 1959 por el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires.
El artículo 1º del texto incorporaba al Código de Edificación un inciso que mostraba que el acabado superficial de las fachadas principales de los edificios que se construyeran, pintaran o refaccionaran en la Vuelta de Rocha y varias manzanas adyacentes, debían pintarse con los colores y tonos que reglamentara el Departamento Ejecutivo. Instrumentando estas disposiciones, en el artículo 3º (transitorio), la ordenanza decía que: "Para el estudio de la reglamentación a que se refieren los artículos 1º y 2º se constituirá una comisión integrada por un representante del Honorable Concejo Deliberante, un arquitecto designado por el departamento ejecutivo entre el personal municipal y el artista pintor don Benito Quinquela Martín”.
Dos años más tarde, en 1961, un decreto del intendente municipal designaba a Quinquela como director honorario del Museo Caminito. Igualmente, esta suma de avales oficiales no evitaron ciertos avatares inherentes a otra forma de patrimonio intangible del barrio: el conflicto. Porque apenas inauguró Caminito, Quinquela Martín ya proponía su ampliación anexando una fracción de los terrenos que habían pertenecido al ferrocarril (ya transferidos a la ciudad) que estaba siendo utilizada como cancha de básquet por el club Zárate.
El espacio en disputa, ubicado en el sector contiguo a la intersección de Magallanes y Del Valle Iberlucea, fue objeto de un largo pleito que casi durante toda la década de 1960 enfrentó a las autoridades del club con el artista. Quinquela proponía utilizar la ampliación de Caminito para construir allí una sede local del Registro Civil y un estanque “para que los niños del barrio jugaran con barquitos confeccionados a mano por sus abuelos marinos”.
En la vereda de enfrente, los socios del Club Zárate desebaan mantener la cancha de básquet, argumentando razones sociocomunitarias. Finalmente, el espacio disputado pasó a pertenecer a Caminito. La anexión de este sector significó un gran cambio en la fisonomía del pasaje, que de todas formas (como en casi todas las creaciones de Quinquela Martín) ya era un espacio en continua transformación.
A partir de entonces el color de los muros de Caminito fue cambiando a través del tiempo. Seguramente por necesidades edilicias y también por la deficiente resistencia a la luz y al clima de los pigmentos saturados entonces disponibles. A ello habría que sumar causas no menos importantes, como eventuales reformulaciones del propio Quinquela sobre la “paleta” utilizada en el lugar, o un insoslayable condicionante económico: nunca resultaría fácil obtener los recursos necesarios para pintar a la vez todos los muros del pasaje . Así se comprueba comparando fotografías de las décadas de 1950, 1960 y 1970, con numerosas “versiones” distintas de la distribución cromática utilizada y en las que nunca aparecen todas las superficies pintadas.
Recién a fines de la década de 1970 se realizan intervenciones más completas, aunque con escasa frecuencia. Por lo tanto, uno de los lugares más visitados de nuestro país, solamente en lapsos relativamente breves ha ofrecido la postal brillante y saturada que sin embargo está acuñada a fuego en el imaginario colectivo.
Hacia fines de la década de 1990, los colores de varias de las casas principales se habían alejado tanto de alguna de las versiones que podrían considerarse “originales” o directamente atribuibles a Quinquela, que se impuso la necesidad de realizar estudios y análisis capaces de recuperar las huellas de aquel legado. Entre 2000 y 2002, sendos trabajos a cargo de las arquitectas Nani Arias Incolla y Emilia Rabuini se constituyeron en la base de intervenciones posteriores.
En 2017, sobre esas bases, actualizadas con nuevos registros documentales y fotográficos, los equipos del Ministerio de Ambiente y Espacio Público, con la colaboración del Museo Benito Quinquela Martín, comenzaron a devolver a Caminito los colores que lucía en torno a la fecha de su inauguración. Este trabajo continuó en 2019 de la mano de la Fundación Proa y el Museo. Mientras tanto, Caminito se seguía transformando.
Así como las edificaciones ubicadas en el lateral sur de la cortada no lucen muy diferentes que a principios del siglo XX, el lado norte sí ha sufrido profundos cambios. Por un lado se anexó una parte del terreno que pertenecía al club Zárate. También se sumó una sustancial modificación en el otro extremo del paseo (en su cruce con la calle Lamadrid), cuando en 1965 un edificio de cinco plantas reemplazó a un antiguo conventillo. Para no desentonar con el ambiente, la nueva edificación fue concebida con muros vivamente coloridos, y en el lateral que se asoma a Caminito se colocaron dos murales de Quinquela Martín realizados en cerámica por Ricardo Sánchez.
Desde 1977 se estableció la tradicional Feria de Artes Plásticas, en la que artistas contemporáneos exhiben y venden sus producciones. Finalizando la década de 1980 se cubrió con adoquinado el asfalto preexistente, y poco después se incorporaron árboles a Caminito. La gran devaluación que siguió a la crisis del año 2001 significó un aumento exponencial del turismo en la zona, al mismo tiempo que se extendía por el mundo un renovado fervor por el tango, capaz de atraer por sí mismo a grandes cantidades de visitantes provenientes de los lugares más insospechados.
Caminito, indisolublemente asociado al tango que debe su nombre, se iba a transformar en un “lugar de culto”. En 2014, las estadísticas de Google llegaron a ubicar este espacio como uno de los diez más fotografiados del planeta. Hay que destacar que la calle-museo, que desde hace décadas atrae a millones de turistas nacionales y extranjeros, se ha transformado en motor social, cultural y económico para La Boca y la ciudad. Todo ello nació de la inspiración y el tesón de un artista visionario que supo llenar de sentido la palabra comunidad.
Son el arte y la historia cultural de un pueblo los que transformaron espiritual y materialmente la vida de una sociedad. Es el esfuerzo de un grupo de hombres que, orgullosos de su tierra intuyeron que la obra que emprendían sería trascendente porque era auténtica. Es la sabiduría de quienes no dudaron que una cortada modesta y casi olvidada del arrabal porteño podía alcanzar el rango de universal. Es el Escribano General de Gobierno, Jorge Garrido, a quien luego de firmar la transferencia de los terrenos de Caminito a la ciudad se le oyó decir: “Guardaré esta lapicera, pues será histórica”. Es Benito Quinquela Martín, quien recordando aquella tarde de 1959 decía: “Caminito seguirá siendo lo que es hoy: un museo de arte al aire libre, puesto al servicio de la cultura del pueblo”.