Nuestros debates son así, arcaicos, estériles, inconducentes, retrógrados, nocivos. Uno de ellos es el que confronta mérito e igualdad. Peor aún, el que exalta a uno de estos términos – que son valores – no sólo en detrimento del otro, sino para excluir a su presunto antagonista. Otro plano de la grieta que conlleva un dilema gravemente pernicioso y sobre todo antiprogresista en el terreno socio-económico.