Norte en Línea - Asseff

Hemos pasado un umbral nunca imaginado en nuestra historia, sobre todo desde la Organización Nacional a partir de 1853. La Argentina es un país pobre con más de la mitad de la población en esa penosa situación. Y con perspectivas de que esto acrezca.

Se desarrolla en la sociedad una fuerte y creciente corriente republicana. La alarma acerca de nuestro futuro republicano se extiende correlativamente al peligro de ser atrapados por una autocracia.

Antaño era la oligarquía que fue diluyéndose a principios del siglo XX. Luego irrumpieron los ‘nuevos ricos’, un numeroso universo de neoprivilegiados a pesar de que “los únicos eran los niños” según rezaba la consigna omnivigente en los finales de los cuarenta.

El populismo ha hecho el milagro de que un país potente esté en franca y cada vez más acelerada decadencia. En nombre del pueblo, invocándolo, lo ha ido empobreciendo y como consecuencia, sometiéndolo. Su actitud es desembozada.

La política es el arte de la sinfonía, no de los solistas. También es el modo de sortear los conflictos. Jamás dejarán de existir ni las discrepancias ni los intereses contrapuestos. Precisamente la política está para anudar acuerdos y superar enfrentamientos. Cuanto más acuerdos y menos diferencias, más éxito político.

En un largo y penoso proceso el país perdió la confianza. Prácticamente, en todo y en todos. No sólo en sus dirigentes y en sus instituciones. Ha extraviado su confianza en el país. Los argentinos descreen del porvenir de la Argentina. Nada más gravoso y agobiante. Embarga nuestras perspectivas hasta lo sombrío.

El diputado nacional de Juntos por el Cambio Alberto Asseff dijo en declaraciones a una emisora de San Nicolás que “si el gobierno está tan preocupado por la salud y por eso pretende postergar un mes las elecciones que empiece por adoptar la boleta única que evita el manipuleo de millones de papeletas, las movilizaciones de punteros repartiéndolas por las barriadas y de 150 mil fiscales custodiándolas ante los consabidos hurtos de los cuartos oscuros”.

Hace un siglo nuestros mayores disfrutaban de una Argentina ilusionada, plena de promesas, apetente de grandeza colectiva y ascenso social individual. Estaba en auge su clase media y ya gozaba de las bondades de la ley 1420 de educación universal gratuita y obligatoria, promovida por Roca, en la ruta trazada por su antecesor Sarmiento.

Nuestra patria se forjó con el anhelo central de ser un país libre. La libertad que cantamos en nuestro Himno, repitiéndola tres veces, es un grandioso valor. No es la libertad únicamente del país, sino la de todos sus habitantes. Y no es una libertad acotada a los derechos individuales y políticos. Es una integralidad que incluye la libertad de trabajar, hacer negocios lícitos, prosperar materialmente. Es la libertad de nuestro espíritu y también es la que garantiza nuestro hacer y obrar.

Mérito e igualdad

Nuestros debates son así, arcaicos, estériles, inconducentes, retrógrados, nocivos. Uno de ellos es el que confronta mérito e igualdad. Peor aún, el que exalta a uno de estos términos – que son valores – no sólo en detrimento del otro, sino para excluir a su presunto antagonista. Otro plano de la grieta que conlleva un dilema gravemente pernicioso y sobre todo antiprogresista en el terreno socio-económico.