La Guerra Fría terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989. Casi treinta años después suscita alguna añoranza. Es que en esa época pugnaz y con el planeta varias veces a punto de una conflagración atómica – por ejemplo, en la crisis de los misiles instalados por los soviéticos en 1962, en Cuba- existió cierto orden, una relativa fijeza en los vínculos internacionales. Imperaban dos superpotencias que se neutralizaban mutuamente, estableciendo una suerte de previsibilidad.